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recuerdo el ruido incesante de las paredes crujiendo, los vidrios retumbando, gritos eufóricos, la confusión imperante, y luego el silencio. Ese silencio sordo disfrazado de pensamientos que recorrían mi mente a una velocidad inimaginable. La desesperación se apoderaba de las calles. La oscuridad de la noche ocultaba aquellas caras que buscaban una explicación a lo sucedido. Pensaba en familiares, amigos, compañeros de universidad. No encontraba dimensiones a lo recién ocurrido. Rápidamente comenzaron a llegar las llamadas. Del norte, la voz desesperada de mi madre preguntando si todo iba bien... por fortuna (para mí) nada malo ocurrió.
Al día siguiente las primeras imágenes de lo sucedido reventaban mis pupilas dejando detrás un rastro de amargura. Y aun seguía sin dimensionar realmente lo sucedido. Lugares emblemáticos ahora destruidos por el poder de la naturaleza. Cada trago de agua sabe cada vez mas amargo, cuando miro las caras de todas aquellas personas afectadas por el terremoto. Una vez mas, otra vez, nuestro querido chile es azotado por las fuerza de la naturaleza, otra vez todo cae. Ya no hay nada mas que hacer, solo aguantar, para construirlo todo. Para empezar de nuevo.